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Historias

El dilema del Covid-19 en el tenis carabobeño

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Nadie en ningún momento tuvo previsto que aquella “neumonía” saliera de manera tan rápida y con tanta violencia de Wuhan, pero así fue. Con cada día que pasaba, el virus conseguía nuevas víctimas y proliferaba bajo cualquier circunstancia en todos los países a los que llegaba. Solamente el distanciamiento e higiene podían siquiera reducir un poco su propagación.

El proceso de arribar a Venezuela fue lento y doloroso, sobre todo para la economía. Como medida preventiva se comenzó un encierro en marzo, pero la enfermedad no comenzó a ganar terreno hasta pasados más de 100 días. Tres meses y medio que empeoraron la dura situación económica que ya de por sí se vivía.

Los deportes se vieron directamente afectados; se suspendieron las competencias en el país, lo que no generó mayor revuelo. De momento solamente se jugaba la liga de futbol y muchas veces es fácil asumir que “los atletas no sufren tanto porque tienen mucho dinero”. El problema es que el mundo del deporte abarca mucho más que eso: fisioterapeutas, periodistas, directivos, managers y entrenadores son también piezas fundamentales…

El tenis, que no goza de mucha popularidad en el país, se vino a pique con todo esto. Los profesores veían impotentes cómo se prohibía uno de los juegos que implica más distanciamiento social en todo el mundo. Esto no solamente pasó en Venezuela, pero con una inflación que supera los cuatro dígitos, un día sin laborar resulta sumamente doloroso dentro de estas fronteras.

La situación estaba llena de incertidumbre y trabajar para algunos se hizo prácticamente imposible. Se enfrentaban entonces a uno de los problemas del Coronavirus en Latinoamérica: había que decidir qué valía más la pena, si arriesgarse a padecer la neumonía o tener la nevera vacía.

Sería muy bueno decir que las cosas han cambiado para este punto, pero no es así. Las canchas siguen cerradas desde entonces, con algunas contadas excepciones que fugazmente tuvieron algún chance. Por si fuera poco, el ascenso de los casos en la nación complica mucho más el contexto.

No se puede subestimar la trascendencia de todo esto. Los niños no necesitan del tenis para poder seguir viviendo; esta es una pasión innegable pero honestamente no es indispensable. Los representantes tampoco, para ellos las canchas son un sinónimo de aprendizaje y diversión para sus hijos. La gran diferencia es que los entrenadores sí necesitan del juego para poder vivir. No impartir sus clases significa no cobrar, y esto representa no comer.

Ellos han exigido (respetuosamente) a las autoridades que los comprendan. La idea de poder abrir los centros con las medidas correspondientes de salud no es tan descabellada. Esta disciplina se juega a más de 20 metros de distancia y el contacto humano es absolutamente innecesario. Ellos lo único que necesitan es poder trabajar, porque lamentablemente desde casa no se puede “lanzar una cesta de pelotas”.

Esto no es una nota de prensa, ni un comunicado o reportaje. Esto es una pequeña manifestación y a su vez petición pública con respecto a lo que sienten los instructores carabobeños. En el deporte blanco también se siente la crisis, también se retuerce el corazón al ver la  nevera vacía, también se tiene que luchar contra el día a día…

Mi solidaridad para con ustedes, de entre quienes figuran grandes amigos y compañeros. Espero que su voz  pueda ser escuchada.


Ángel Torres

CREADOR Y REDACTOR

20 años – Amante de las perspectivas diferentes y de las historias. Incondicional fanático de la práctica de todo tipo de deportes.

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Basket

La voz detrás de los míticos Guaiqueríes

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Lleno a reventar, como era de costumbre desde hacía ya algunos años. Colorido, al igual que todos los días de juego; repleto de impetuosos fanáticos que hacían tanto ruido, que era prácticamente imposible escuchar los pensamientos propios. El aforo era de unos pocos cientos de personas, pero ahí adentro cabía el alma entera de la isla. Así era el Gimnasio Francisco Verde Rojas de la ciudad de La Asunción, hogar durante muchos años de los Guaiqueríes de Margarita y testigo de la dinastía más notable del deporte venezolano.

Uno a uno salían los héroes enteros de una generación. Lewis Linder, Gerald Cunningham, Luis Lairet, Cruz Lairet, Luis Sosa, y los demás miembros de la plantilla debidamente uniformados. Todos los presentes centraban su atención en ellos y en absolutamente todo lo que hacían, pues eran los protagonistas e ídolos de miles de personas dentro y fuera de la isla. Los atletas entraban en calor, mientras en un costado de la cancha, a unos pocos centímetros de la línea lateral, se preparaban los encargados de llevar en vivo las proezas de aquellos héroes, a todos los rincones de Margarita y mucho más allá…

El 8 de mayo de 1950 nació en la parroquia de San Juan, Caracas, un muchacho a quien sus padres decidieron llamar «Miguel Ángel». El pequeño llevaría por apellidos «Romero Oronoz», cosa que en un futuro le haría sentir un profundo orgullo debido a la calidad humana y enseñanzas de aquella pareja que lo trajo al mundo. Sus primeros años no fueron fáciles económicamente hablando, pero tuvo la dicha de criarse en un hogar amoroso, rodeado de 7 hermanos, dos abuelas, una tía y por supuesto, papá y mamá.

A los 12 años se fueron a Valencia y un poco después se comenzó a apasionar por la narración deportiva. Aquel adolescente tenía una voz privilegiada sin saberlo, y en la privacidad que le ofrecían algunos momentos de soledad, intentaba imitar a Delio Amado León. El baloncesto no estaba de moda por aquel entonces y la existencia de una liga organizada a escala nacional era algo impensable. Poco tiempo después decidió incursionar de lleno en la locución. Seguía sin saber el giro que daría su existencia unos años después, a unos 470 kilometros de casa.

El tiempo se encargaría de hacer entender la importancia de aquella época

Llegada a la cabina

Consiguió el certificado nacional de locución y comenzó su andadura por la radio. Una de sus principales funciones era narrar noticias, pero llegó a hacer de todo en diversas emisoras. En algún momento se le presentó la oportunidad de trabajar en Maracaibo, aunque no duró mucho tiempo. Luego amplió sus horizontes a Barquisimeto, Portuguesa y finalmente Caracas. Un día como cualquier otro, mientras se encontraba en la capital, su jefe le notificó que se necesitaban dos locutores en el oriente de país; uno en Maturín y otro en la isla de Margarita.

Después de rogarle a su superior que le asignara al estado Monagas, consiguió que este accediera, pero con la condición de que fuera a Nueva Esparta por un mes y luego pidiera el cambio allá. Lo que no sabía Miguel es que esos treinta días se convertirían en más de veinte años. En unas cuantas semanas prácticamente ya era un margariteño más. Ocasionalmente iba jugar en la cancha Mata Illas, no era muy bueno pero lo disfrutaba bastante. Allí en algún punto se llegó a cruzar con los hermanos Lairet. En unos años volverían a verse, pero a los pocos metros de distancia que separan a los narradores de los jugadores…

En 1976 se llevó a cabo el nacional de baloncesto en Nueva Esparta. «Cheo» Figueroa, Aparicio Marcano y Carlos Acosta se interesaron en que Radio Margarita promoviera los juegos, y se acercaron a Romero, quien ara locutor, a comentarle la idea. Sin embargo, había un problema: él era un curtido hombre de radiodifusión, aunque no tenía experiencia alguna narrando baloncesto. De naturaleza irreverente, Romero tomó un manual de baloncesto y fue a estudiar la disciplina durante los entrenamientos. Aquella idea terminó en un rotundo éxito radial, que devendría en algo mucho más importante.

A veces el ruido era tal, que había que elevar la voz y la labor se hacía un poco más difícil de lo normal

Vociferar ilusiones

Romero se enteró de que un grupo encabezado por «Fucho» Tovar, Errol Irausquín, José Luis Bruzual y los ya mencionados Figueroa, Marcano y Acosta, querían traer una franquicia a la isla. Le comentó a Pedro Bellorín; su voz comercial, que le gustaría comprar los derechos de transmisión. Era una idea visionaria por parte de ambos, y estaban sumamente convencidos de que les podría ir bien y finalmente así lo consiguieron.

Unas semanas después, estaban sentados a un costado de la cancha del Verde Rojas. a Romero y Bellorín les acompañaban Víctor y Nancy Aguilera, quienes eran una pareja de periodistas de Fundaconferry que asumieron el reto de ser comentaristas. Miguel Malaver y Jesús Marcano estaban en los controles. De esta manera se convirtieron en las voces que le dieron vida a quienes consiguieron seis campeonatos consecutivos entre 1977 y 1982.

Ilustraron fielmente cada jugada de aquellas leyendas, dentro y fuera de la isla. Se convirtieron en referentes en Nueva Esparta. Las personas los reconocían, les preguntaban por los jugadores del equipo, los mesoneros apartaban momentos breves en sus turnos mientras les atendían, para hacerles preguntas sobre sus amados Guaiqueríes. Ellos no lo sabían, pero ahora formaban parte de uno de los fenómenos más grandes de toda Venezuela.

Se convirtieron en la conexión definitiva entre la fanático y las hazañas. Consiguieron traducir el mito y llevarlo a un sinfín de lugares. Aquel equipo fue legendario y pasó de ser una franquicia a un sentimiento entero. Romero y el staff de transmisiones formaron parte de eso, y aunque la humildad los lleve a negarlo, sus características voces fueron fundamentales en el surgimiento de la pasión Guaiquerí.

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Beisbol

Serie Mundial de 2005: El día que Oswaldo Guillén hizo historia

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Oswaldo Guillén es de esas personas que parecen estar hechas de beisbol, tal y como si sus huesos estuviesen fabricados de la misma madera con la que se hacen los bates y en lugar de tener arterias tuviera costuras… Desde muy joven dejó una huella imborrable en los diamantes, pero sin lugar a dudas, el hecho que lo llevó a la gloria fue haber ganado la Serie Mundial de 2005 con los Medias Blancas de Chicago.

Todo comenzó mucho antes de lo que uno se podría imaginar: el inicio se remonta a un par de décadas antes de comenzar este milenio: en 1985. Para ese entonces, Ozzie era un muchacho de tan solo 21 años. Venía de jugar con los Tiburones de La Guaira desde 1981 y llegaba a Chicago White Sox con un futuro prometedor.

Guillén derrochó talento durante aquellos años; su rapidez y habilidad quedaron tatuadas en los campos, ganó el premio Novato del Año en aquel lejano 85 y conquistó el corazón de una fanaticada. Aunque solamente llegó a la postemporada en 1993 como jugador, la verdadera cita histórica le llegaría unos años después…

Corría la temporada 2004 cuando los Medias Blancas decidieron apostar por su antigua leyenda y darle el rol de manager. La campaña pasada Oswaldo venía de ser campeón como coach de primera base con los Marlins de Florida, equipo en el que comenzaba a despuntar un tal Miguel Cabrera. Sin embargo, las cosas no eran tan buenas con los patiblancos, que venían de no poder clasificar a playoffs en varias zafras consecutivas.

La franquicia no ganaba un campeonato desde 1917

Comienzo agridulce

Ozzie estaba en la obligación de sacar el máximo potencial a todas sus figuras y quitarse el yugo que los Mellizos de Minnesota habían establecido sobre ellos. En aquel 2004 no se pudo, y de hecho, consiguieron tres victorias menos con respecto a la campaña anterior. Aunado a esto, perdieron algunas figuras, lo que complicaba un poco el panorama.

De esta manera iniciaba un 2005 histórico. De la mano de Guillén los Medias Blancas se sobrepusieron a la adversidad, consiguieron 99 victorias y avanzaban con paso firme hacia octubre. Allí se encontrarían con el equipo ganador del comodín, que resultaría ser nada más y nada menos que los Medias Rojas de Boston. No debió haber sido fácil desde lo psicológico, pues los de la ciudad del viento no ganaban un encuentro en playoffs desde hacía 46 años.

Aunque a la hora de la verdad, nada de eso importó, los de Boston no consiguieron ganar ningún partido y perdieron la serie 3-0. Era hora de que Chicago se viera las caras con los Angelinos de Anaheim. Estos últimos picaron adelante a pesar del posible cansancio generado por las grandes distancias recorridas en su serie anterior; en aquel primer juego el “Kid” Rodríguez vió acción.

Lo demás fue historia para los patiblancos, pues consiguieron voltear un enfrentamiento interesante y emocionante, con un juego definido en la novena entrada y una victoria del venezolano Freddy García, entre otros datos curiosos que se dieron camino a esa Serie Mundial de 2005 que marcaría a toda la fanaticada de los White Sox.

El rival serían los Astros de Houston, quienes soñaban con coronarse por primera vez en el beisbol. En teoría no sería fácil para los Medias Blancas, que llegaron a no ser considerados favoritos desde el inicio de la postemporada. Pero había llegado la hora de hacer historia: el 22 de octubre comenzaba la definición absoluta de octubre.

Definición trepidante

La final del mejor beisbol del mundo se iría más rápido de lo que uno puede esperar. Luego de un primer juego “ordinario”, un segundo juego que se empató en el noveno y fue desempatado con un jonrón y un tercer encuentro que se definió en la entrada 14, era hora de cerrar esta historia con broche de oro: con un venezolano abriendo desde el montículo.

El cuarto y último enfrentamiento se dio el 26 de octubre. Los de Houston soñaban con un atisbo de esperanza mientras que los de la ciudad del viento estaban dispuestos a dar el tiro de gracia que los coronaría como campeones. Freddy García abrió el juego por los de Chicago y dejó el marcador en cero hasta la octava entrada, su antagonista Brandon Backe hizo lo mismo.

Jermaine Dye impulsó a Carl Everett desde segunda en ese mismo inning: Guillén ya podía oler la gloria desde el dogout. En ese tramo los patiblancos no permitieron que pasara más nada y se llevaron la Serie Mundial de 2005; una de las más particulares de los últimos años con un marcador de 1-0, en lo que fue una inusual barrida de cuatro juegos consecutivos.

De esta manera, Oswaldo Guillén pasaba a la historia como el primer Manager latino en conseguir un anillo de campeón. Luego de eso, Ozzie no pudo acercarse de nuevo y estuvo envuelto en una que otra polémica, pero más allá de las diferentes formas de pensar y de su personalidad tan característica, nadie puede negar que es y será una auténtica figura de la pelota venezolana.

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Basket

Memorias del Preolímpico de Portland de 1992

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El preolímpico de Portland de 1992 fue probablemente el momento en el que el baloncesto venezolano ha alcanzado su punto más alto. Aquella competición que reunió por primera vez al Dream Team de Estados Unidos fue sencillamente inolvidable para los amantes de este deporte en nuestra tierra. Sin embargo, sobre ese hecho hablaremos a profundidad un poco más adelante. Hoy te contaremos una pequeña anécdota de los primeros días en los que se gestaba la hazaña.

Venezuela contaba entre sus filas con varios hombres de buena envergadura para pelear los rebotes y otras labores en la pintura, entre los que estaban César Portillo y Omar Walcott. No obstante, diversas circunstancias (lesiones) hicieron que su participación en el certamen quedara prácticamente descartada. Comenzaban entonces algunas dudas y mucha incertidumbre en torno al evento.

Por si fuera poco, los trámites para poder contar con Carl Herrera eran engorrosos. Los equipos norteamericanos no siempre han cedido a sus jugadores con facilidad y aún más si se trata de la misma NBA. Todo esto ocasionó un mar de preguntas sin respuesta, y los directivos de la federación tuvieron que lidiar con todo ese estrés.

Para aquel momento, el director de la Federación Venezolana de Baloncesto era Orlando Estrada. Él tuvo que viajar con Herrera y Nelcha un poco después de lo previsto, pues debido a los problemas del papeleo ambos jugadores se vieron obligados a llegar un poco tarde. A pesar de todo, estuvieron a tiempo para poder disputar los encuentros.

La ausencia de Portillo y Walcott fue suplida por las ganas y el corazón. “Ver a Alexander (Nelcha) batallando debajo del aro contra aquellas estrellas nos llenó de motivación”, recuerda Estrada, quien además de ser director, viajó como delegado.

Venezuela había ganado el primer juego a los uruguayos. Pero sucumbieron ante los brasileños y llegaba entonces un partido especial: Puerto Rico. En los vestidores había un gran deseo por superar a los boricuas y “dedicarle” esa victoria al entrenador del equipo, Julio Toro, quien era oriundo de aquella isla.

Minuto tras minuto las cosas no salieron de la manera esperada y flaquearon en una dolorosa derrota. En los camerinos había malestar, varios jugadores no estaban nada satisfechos. No obstante, esto en lugar de hundirlos, los hizo reaccionar de inmediato: había que levantar el ánimo ya mismo, pues se encontraban en una situación nada favorable, con dos caídas y tan solo un encuentro ganado.

Lo demás es historia (cosa que contaremos en otro texto). En los siguientes juegos se gestó una de las mayores hazañas del baloncesto venezolano, que los llevó a enfrentar en la final del preolímpico de Portland de 1992 al Dream Team de un Michael Jordan que ascendía meteóricamente a la gloria…

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