Muchos deportistas sueñan con elevar su nivel de juego lo suficiente como para vivir de su disciplina, pero sienten que con el paso de los años se estancan y eso los frena. Día tras día ven muy lejos sus aspiraciones y esto termina por frustrarlos en muchos casos. Pero ¿qué tan rápido puede cambiar esta realidad? Pues la verdad no hay certeza al respecto, aunque vidas como las de Engerber Durán demuestran que todo puede dar un vuelco en un abrir y cerrar de ojos.

Tinaquillo es un pueblo de poco más de cien mil habitantes ubicado en el estado Cojedes. Es un lugar relativamente pequeño, de calles arboladas, casas coloridas y a pesar de tener un casco central ruidoso y efervescente, puede llegar a ser una localidad bastante acogedora. Aquí es donde comienza esta historia. Resulta que el pueblo tiene una cultura de baloncesto bastante arraigada que se ha creado con el paso de las décadas.

Justamente aquí nació Engerber, más exactamente el 23 de septiembre de 1998. Vivía a unas cuadras del cementerio, lo que significaba que tenía considerablemente cerca el Gimnasio Federico Sánchez, aunque esto no fue relevante en sus primeros años de vida… Su día a día a lo pasaba con su madre, tíos y primos. Su padre se había divorciado y no vivía con él, pero en todo momento se mantuvo en contacto y le brindó apoyo.

Desde siempre le habían llamado la atención todo tipo de deportes, pero nunca se aventuró a explorar alguno. Era un muchacho inquieto, pero no mostraba grandes dotes de deportista más allá de los que tiene un niño normal. Podría haber sido muy difícil pensar a estas alturas, que en unos años terminaría compitiendo en otro país.

Poco después de haber terminado la educación primaria probó suerte con el béisbol, pero no le fue para nada bien. No conseguía, entonces, algo que lo llenara y motivara. Él sabía que en los deportes conseguiría ese “sueño” que lo sacara adelante, pero no daba en el clavo. Todo esto cambió muy poco tiempo después.

Muy cerca de cumplir los 12 años de edad comenzó su proceso de formación en el basket. Es normal pensar que esa es una época tardía para poder aspirar a algo dentro de cualquier disciplina, pero Engerber nunca le dio importancia a este tipo de comentarios. Su madre lo llevó a la escuela de la leyenda venezolana Tulo Rivero. Allí, en esa canchita tan simbólica conoció el deporte de sus amores.

Los primeros meses fueron un tanto difíciles porque podía notar la brecha del nivel con respecto a sus compañeros. No obstante, luego de tantas semanas de entrenar todos los días, de jugar constantemente y de quedarse hasta tarde haciendo lanzamientos en un aro que había cerca de su casa, consiguió explotar su potencial y comenzó a ver los frutos de su esfuerzo.

Después de tanta mejoría por fin fue llamado a la selección de Cojedes en quinto año. Tenía buena estatura, por lo que estaba acostumbrado a jugar cerca del poste bajo. Fue a tres nacionales en lo que evidentemente era un logro; había conseguido ascender su calidad como jugador teniendo muy pocos recursos a la mano. El sueño de llegar lejos iba tomando forma poco a poco.

Era hora de asumir nuevos retos, Tinaquillo no ofrecía tantas oportunidades como para poder surgir en el deporte de las alturas. De esta manera llegó a San Carlos, donde tuvo varias experiencias que le permitieron crecer; entre ellas está nada más y nada menos que la de entrenar con Lanceros de Cojedes y jugar en la Liga Nacional Bolivariana.

Deseaba experimentar fuera del estado. Un día se le acercó a su mamá y le dijo que quería seguir avanzando. Ella finalmente accedió y Durán se fue a Valencia, más concretamente cerca de la Michelena. Allí casi como si de algo que estaba escrito se tratase, fue a una cancha que se encontraba en la zona y conoció a un entrenador que le dio la oportunidad de volver a competir. Inclusive consiguió jugar un torneo 3×3 con la selección de Carabobo.

Todo iba bien, pero todavía existía una inquietud dentro de sí: ¿Qué pasaría si prueba suerte en la capital? De esta manera puso rumbo a Caracas, aunque la experiencia fue inevitablemente fugaz. Jugó en un par de ligas durante algunas semanas pero decidió volver a la ciudad industrial. De vuelta en Valencia lo contactó un equipo para jugar en la Liga de Baloncesto de Desarrollo Urbano de Carabobo (Libaduc).

Aquello representaba un auténtico desafío para él. Era la oportunidad de competir y mostrarse. Los resultados fueron considerablemente buenos, sobre todo en lo personal. En este momento, aquel muchacho que había comenzado jugando en “la canchita de Tulo” había avanzado muchísimo, pero no sabía lo que le esperaba.

Luego de haber finalizado aquella competición volvió al pueblo para no dejar de entrenar. Sin embargo, luego de unos días recibió una llamada importante: lo estaban invitando a jugar en la ampliamente conocida LIBALCA, con sede en Valencia. Aceptó sin dudarlo; en ese mismo certamen habían participado personalidades cómo los hermanos Vargas o Pedro Chourio, entre otros atletas que han terminado marcando historia.

Era hora de volver y replantearse el camino a seguir. Tinaquillo le esperaba de nuevo. Allí entrenó durante un tiempo, cambió de institución y llegó al Esmebat, aunque el cariño por “Tulo” seguía intacto. Una vez en el pueblo, participó en varios torneos locales para poder maximizar al máximo sus habilidades. No sabía qué le tenía deparado el futuro, pero sabía que su porvenir tenía que ver con el baloncesto.

Con el paso de los meses, se fue a la Academia Militar debido a que quería darle continuidad a su formación. Al llegar al lugar en Caracas en lo primero que pensó es en unirse al equipo de basket, y así fue. Jugó varios torneos e inclusive llegó a disputar un encuentro amistoso contra Cocodrilos de Caracas. Allí Néstor Salazar le dijo que tenía potencial y que podía llegar a jugar a nivel profesional. Esas palabras lo marcaron…

No obstante, motivado por las condiciones difíciles que vive Venezuela, decidió abandonar el país. Varios amigos le mencionaron la posibilidad de conseguir un contrato en la liga profesional de Perú o Ecuador, pero Engerber tenía en mente una sola cosa: vivir en Chile. De esta manera puso rumbo a la nación sureña a sabiendas de que llegaba tan solo con las ganas de surgir y más nada.

Una vez allá, buscó rápidamente un entrenador en Antofagasta, pues esa era la ciudad en la que vivía. Luego de hacer el contacto disputó varias competencias con un equipo de la localidad, fue campeón sub 20 de la región y se hizo con varias distinciones individuales. Actualmente proyecta un futuro bastante prometedor con ofertas provenientes de equipos como Valdivia para disputar la Liga DirecTV el año que viene.

Esta es la historia de un muchacho que pasó de jugar en las canchas de Tinaquillo a competir  en otro país a un nivel muy alto, con claras opciones de convertirse en un muy buen profesional. Definitivamente muchas personas deben tomar estas vidas como ejemplo y entender de esta manera, que el camino del éxito no está determinado por las condiciones en las que se vive, sino más bien es creado por uno mismo en base a esfuerzo y dedicación.

Te deseo mucha suerte Engerber, espero puedas cumplir tu sueño de apoyar a los tinaquilleros cuando llegues lejos. Siempre es un placer plasmar la existencia de mis coterráneos en este portal web. Un abrazo.

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