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Historias

El tenista oriundo de Güigüe

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Amanecía en aquel pintoresco Güigüe de hace poco más de cinco décadas. En las casas del pequeño pueblo todos se preparaban para salir a afrontar el día a día; a pesar de no ser una época de esplendor económico el nivel de vida era bastante decente. Dentro de uno de aquellos hogares se preparaba Ángel Pérez, un muchacho alto de contextura robusta que no tenía idea de la vida que tenía por delante, aunque por el momento no parecía proyectarse diferente a la de los demás “chamos”.

Sus 14 años de vida habían sido cuanto menos normales, tuvo una infancia muy feliz y estuvo rodeado de sus seres queridos. Sin embargo la entrada a la segunda década de vida también había significado la entrada al trabajo. Aquel pequeño (no tan pequeño) tuvo que laborar en diversos lugares desde temprana edad y actualmente desempeñaba algunas labores en una granja de pollos; su madre Trina se sentía satisfecha con esto: el mayor de sus cuatro hijos contribuía a los ingresos de un hogar que carecía de un padre, puesto que aquel señor se había separado de ella desde hacía mucho tiempo.

No obstante, aquel día era diferente; un tiempo atrás un viejo amigo que trabajó con él en la granja de pollos le había pedido un favor: suplirlo como vigilante en el Club Hípico de Valencia mientras él “se presentaba en la recluta”. Es así como aquella mañana Ángel partía a Valencia hacia un trabajo que parecía efímero, pero que iniciaría una época que duraría para siempre.

Llegó al lugar, un sitio quizás común para las personas más adineradas pero que resultaba absolutamente nuevo para un niño de tan lejanos parajes. Vaya sorpresa ¡había canchas de tenis! Un deporte probablemente desconocido para él, hasta ahora. Un día normal se había convertido en el primer encuentro con su más grande pasión. Pero nada que ver por el momento, aquel adolescente tenía que concentrarse en su trabajo.

Luego de haberse cumplido el plazo de dos semanas que duraba la sustitución se le dio la oportunidad de quedarse como trabajador del club, nada más y nada menos que para asumir el rol de recogepelotas. Fue una labor muy dura, su horario era de 6 AM hasta las 8 PM.

Cruz Vladimir Gómez, un amigo suyo, comenzó a ir al club (a veces sin permiso) y en los descansos del mediodía entrenaban juntos. Resultaba que de alguna extraña manera el oriundo de Güigüe se estaba metiendo en el mundo del tenis, y lo más extraño de todo es que ¡tenía talento!

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Los años transcurrieron y el muchacho sin recursos llegó a ser el cuarto mejor tenista del estado Carabobo. Compitió en dos nacionales (como invitado) y ganó unos juegos centroccidentales. Luego de un tiempo comenzó a llegar el sueño de ser entrenador, cosa que lograría exitosamente.

El Valencia Tenis Club lo contrata y se compromete a asumir su formación, es así como increíblemente llega a ir a Estados Unidos a la academia Harry Hopman durante periodos de seis meses a lo largo de tres años. Allí aprendió muchas cosas valiosas que lo estaban convirtiendo en un gran entrenador. El joven que salió de casa aquella mañana había dado un vuelco inconmensurable al rumbo que tomaría su vida. “Mamá me apoyó siempre, ella firmó los papeles para el viaje aunque no creo que haya sido consciente de lo que representaba irse a EEUU. Además, no era normal ver que un hijo pasara todo el día metido en una cancha. De hecho lo consideraban una vagabundería”, recordó con algo de nostalgia.

Luego de eso el Polígono de Tiro lo contrató y allí comenzó a poner en práctica lo aprendido. Posteriormente pasó al complejo de Naguanagua en donde trabajó con personajes como Otto Sarquis y Piero Luisi (con quienes fundó una academia).

Su trayectoria fue bastante fructífera. “Lo que no logré como atleta lo logré como entrenador. Fui campeón de un montón de campeonatos nacionales, tuve jugadores internacionales. Nada me lo regalaban, todo se lo ganaban los muchachos y yo los entrenaba. Tengo la satisfacción de siempre haber quedado entre los tres primeros en los nacionales cuando entrené a las selecciones”, confesó con orgullo.

Luego de una de esas competencias Pequiven lo llama para que entrene a su equipo de tenis y obtenga buenos resultados en unos juegos que se hacían entre empresas de aquel rubro. En su primer año consigue un tercer lugar y dos años después se consagran campeones.

Su vida ha estado marcada por la diversidad de trabajos y tareas que ha asumido. Después de esa experiencia trabajó en Maracay con la selección de Apure e inclusive se tomó un año sabático para intentar mejorar la situación deportiva del municipio que lo vio nacer. Hasta que en 1999 le dio al barco de su vida el rumbo que aún mantiene.

Un nuevo comienzo

En aquel año funda una escuela en el Antiguo Country Club de Valencia. Contaba con tan solo una cancha pero eso fue suficiente para poder establecerse allí y tener una buena vida tenística, inclusive organizó torneos en donde alternaba las sedes. Aunado a esto, Llegó a contar con 200 alumnos en su mejor momento pero la situación del país fue mermó poco a poco la cantidad de estos.

Hoy en día, Ángel Pérez se mantiene en este lugar y da clases a pocas personas, aunque esto no le importa. “Yo soy profesor de tenis, aunque tenga un solo alumno voy a enseñarle, es lo que me apasiona y lo que he hecho durante mucho tiempo”, afirmó con contundencia.

También alterna su labor con uno de sus más grandes hobbies: el canto. Aunque nada puede remplazar el inefable sentimiento que tiene al pisar la pintura de la cancha. El rumbo de su vida ha sido increíble y diferente. El muchacho de Güigüe que salió de casa aquella mañana aún no ha vuelto a su hogar, aquel día aún no ha terminado porque él no ha dejado de soñar con el tenis, ni lo hará nunca.

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Basket

La voz detrás de los míticos Guaiqueríes

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Lleno a reventar, como era de costumbre desde hacía ya algunos años. Colorido, al igual que todos los días de juego; repleto de impetuosos fanáticos que hacían tanto ruido, que era prácticamente imposible escuchar los pensamientos propios. El aforo era de unos pocos cientos de personas, pero ahí adentro cabía el alma entera de la isla. Así era el Gimnasio Francisco Verde Rojas de la ciudad de La Asunción, hogar durante muchos años de los Guaiqueríes de Margarita y testigo de la dinastía más notable del deporte venezolano.

Uno a uno salían los héroes enteros de una generación. Lewis Linder, Gerald Cunningham, Luis Lairet, Cruz Lairet, Luis Sosa, y los demás miembros de la plantilla debidamente uniformados. Todos los presentes centraban su atención en ellos y en absolutamente todo lo que hacían, pues eran los protagonistas e ídolos de miles de personas dentro y fuera de la isla. Los atletas entraban en calor, mientras en un costado de la cancha, a unos pocos centímetros de la línea lateral, se preparaban los encargados de llevar en vivo las proezas de aquellos héroes, a todos los rincones de Margarita y mucho más allá…

El 8 de mayo de 1950 nació en la parroquia de San Juan, Caracas, un muchacho a quien sus padres decidieron llamar «Miguel Ángel». El pequeño llevaría por apellidos «Romero Oronoz», cosa que en un futuro le haría sentir un profundo orgullo debido a la calidad humana y enseñanzas de aquella pareja que lo trajo al mundo. Sus primeros años no fueron fáciles económicamente hablando, pero tuvo la dicha de criarse en un hogar amoroso, rodeado de 7 hermanos, dos abuelas, una tía y por supuesto, papá y mamá.

A los 12 años se fueron a Valencia y un poco después se comenzó a apasionar por la narración deportiva. Aquel adolescente tenía una voz privilegiada sin saberlo, y en la privacidad que le ofrecían algunos momentos de soledad, intentaba imitar a Delio Amado León. El baloncesto no estaba de moda por aquel entonces y la existencia de una liga organizada a escala nacional era algo impensable. Poco tiempo después decidió incursionar de lleno en la locución. Seguía sin saber el giro que daría su existencia unos años después, a unos 470 kilometros de casa.

El tiempo se encargaría de hacer entender la importancia de aquella época

Llegada a la cabina

Consiguió el certificado nacional de locución y comenzó su andadura por la radio. Una de sus principales funciones era narrar noticias, pero llegó a hacer de todo en diversas emisoras. En algún momento se le presentó la oportunidad de trabajar en Maracaibo, aunque no duró mucho tiempo. Luego amplió sus horizontes a Barquisimeto, Portuguesa y finalmente Caracas. Un día como cualquier otro, mientras se encontraba en la capital, su jefe le notificó que se necesitaban dos locutores en el oriente de país; uno en Maturín y otro en la isla de Margarita.

Después de rogarle a su superior que le asignara al estado Monagas, consiguió que este accediera, pero con la condición de que fuera a Nueva Esparta por un mes y luego pidiera el cambio allá. Lo que no sabía Miguel es que esos treinta días se convertirían en más de veinte años. En unas cuantas semanas prácticamente ya era un margariteño más. Ocasionalmente iba jugar en la cancha Mata Illas, no era muy bueno pero lo disfrutaba bastante. Allí en algún punto se llegó a cruzar con los hermanos Lairet. En unos años volverían a verse, pero a los pocos metros de distancia que separan a los narradores de los jugadores…

En 1976 se llevó a cabo el nacional de baloncesto en Nueva Esparta. «Cheo» Figueroa, Aparicio Marcano y Carlos Acosta se interesaron en que Radio Margarita promoviera los juegos, y se acercaron a Romero, quien ara locutor, a comentarle la idea. Sin embargo, había un problema: él era un curtido hombre de radiodifusión, aunque no tenía experiencia alguna narrando baloncesto. De naturaleza irreverente, Romero tomó un manual de baloncesto y fue a estudiar la disciplina durante los entrenamientos. Aquella idea terminó en un rotundo éxito radial, que devendría en algo mucho más importante.

A veces el ruido era tal, que había que elevar la voz y la labor se hacía un poco más difícil de lo normal

Vociferar ilusiones

Romero se enteró de que un grupo encabezado por «Fucho» Tovar, Errol Irausquín, José Luis Bruzual y los ya mencionados Figueroa, Marcano y Acosta, querían traer una franquicia a la isla. Le comentó a Pedro Bellorín; su voz comercial, que le gustaría comprar los derechos de transmisión. Era una idea visionaria por parte de ambos, y estaban sumamente convencidos de que les podría ir bien y finalmente así lo consiguieron.

Unas semanas después, estaban sentados a un costado de la cancha del Verde Rojas. a Romero y Bellorín les acompañaban Víctor y Nancy Aguilera, quienes eran una pareja de periodistas de Fundaconferry que asumieron el reto de ser comentaristas. Miguel Malaver y Jesús Marcano estaban en los controles. De esta manera se convirtieron en las voces que le dieron vida a quienes consiguieron seis campeonatos consecutivos entre 1977 y 1982.

Ilustraron fielmente cada jugada de aquellas leyendas, dentro y fuera de la isla. Se convirtieron en referentes en Nueva Esparta. Las personas los reconocían, les preguntaban por los jugadores del equipo, los mesoneros apartaban momentos breves en sus turnos mientras les atendían, para hacerles preguntas sobre sus amados Guaiqueríes. Ellos no lo sabían, pero ahora formaban parte de uno de los fenómenos más grandes de toda Venezuela.

Se convirtieron en la conexión definitiva entre la fanático y las hazañas. Consiguieron traducir el mito y llevarlo a un sinfín de lugares. Aquel equipo fue legendario y pasó de ser una franquicia a un sentimiento entero. Romero y el staff de transmisiones formaron parte de eso, y aunque la humildad los lleve a negarlo, sus características voces fueron fundamentales en el surgimiento de la pasión Guaiquerí.

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Beisbol

Serie Mundial de 2005: El día que Oswaldo Guillén hizo historia

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Oswaldo Guillén es de esas personas que parecen estar hechas de beisbol, tal y como si sus huesos estuviesen fabricados de la misma madera con la que se hacen los bates y en lugar de tener arterias tuviera costuras… Desde muy joven dejó una huella imborrable en los diamantes, pero sin lugar a dudas, el hecho que lo llevó a la gloria fue haber ganado la Serie Mundial de 2005 con los Medias Blancas de Chicago.

Todo comenzó mucho antes de lo que uno se podría imaginar: el inicio se remonta a un par de décadas antes de comenzar este milenio: en 1985. Para ese entonces, Ozzie era un muchacho de tan solo 21 años. Venía de jugar con los Tiburones de La Guaira desde 1981 y llegaba a Chicago White Sox con un futuro prometedor.

Guillén derrochó talento durante aquellos años; su rapidez y habilidad quedaron tatuadas en los campos, ganó el premio Novato del Año en aquel lejano 85 y conquistó el corazón de una fanaticada. Aunque solamente llegó a la postemporada en 1993 como jugador, la verdadera cita histórica le llegaría unos años después…

Corría la temporada 2004 cuando los Medias Blancas decidieron apostar por su antigua leyenda y darle el rol de manager. La campaña pasada Oswaldo venía de ser campeón como coach de primera base con los Marlins de Florida, equipo en el que comenzaba a despuntar un tal Miguel Cabrera. Sin embargo, las cosas no eran tan buenas con los patiblancos, que venían de no poder clasificar a playoffs en varias zafras consecutivas.

La franquicia no ganaba un campeonato desde 1917

Comienzo agridulce

Ozzie estaba en la obligación de sacar el máximo potencial a todas sus figuras y quitarse el yugo que los Mellizos de Minnesota habían establecido sobre ellos. En aquel 2004 no se pudo, y de hecho, consiguieron tres victorias menos con respecto a la campaña anterior. Aunado a esto, perdieron algunas figuras, lo que complicaba un poco el panorama.

De esta manera iniciaba un 2005 histórico. De la mano de Guillén los Medias Blancas se sobrepusieron a la adversidad, consiguieron 99 victorias y avanzaban con paso firme hacia octubre. Allí se encontrarían con el equipo ganador del comodín, que resultaría ser nada más y nada menos que los Medias Rojas de Boston. No debió haber sido fácil desde lo psicológico, pues los de la ciudad del viento no ganaban un encuentro en playoffs desde hacía 46 años.

Aunque a la hora de la verdad, nada de eso importó, los de Boston no consiguieron ganar ningún partido y perdieron la serie 3-0. Era hora de que Chicago se viera las caras con los Angelinos de Anaheim. Estos últimos picaron adelante a pesar del posible cansancio generado por las grandes distancias recorridas en su serie anterior; en aquel primer juego el “Kid” Rodríguez vió acción.

Lo demás fue historia para los patiblancos, pues consiguieron voltear un enfrentamiento interesante y emocionante, con un juego definido en la novena entrada y una victoria del venezolano Freddy García, entre otros datos curiosos que se dieron camino a esa Serie Mundial de 2005 que marcaría a toda la fanaticada de los White Sox.

El rival serían los Astros de Houston, quienes soñaban con coronarse por primera vez en el beisbol. En teoría no sería fácil para los Medias Blancas, que llegaron a no ser considerados favoritos desde el inicio de la postemporada. Pero había llegado la hora de hacer historia: el 22 de octubre comenzaba la definición absoluta de octubre.

Definición trepidante

La final del mejor beisbol del mundo se iría más rápido de lo que uno puede esperar. Luego de un primer juego “ordinario”, un segundo juego que se empató en el noveno y fue desempatado con un jonrón y un tercer encuentro que se definió en la entrada 14, era hora de cerrar esta historia con broche de oro: con un venezolano abriendo desde el montículo.

El cuarto y último enfrentamiento se dio el 26 de octubre. Los de Houston soñaban con un atisbo de esperanza mientras que los de la ciudad del viento estaban dispuestos a dar el tiro de gracia que los coronaría como campeones. Freddy García abrió el juego por los de Chicago y dejó el marcador en cero hasta la octava entrada, su antagonista Brandon Backe hizo lo mismo.

Jermaine Dye impulsó a Carl Everett desde segunda en ese mismo inning: Guillén ya podía oler la gloria desde el dogout. En ese tramo los patiblancos no permitieron que pasara más nada y se llevaron la Serie Mundial de 2005; una de las más particulares de los últimos años con un marcador de 1-0, en lo que fue una inusual barrida de cuatro juegos consecutivos.

De esta manera, Oswaldo Guillén pasaba a la historia como el primer Manager latino en conseguir un anillo de campeón. Luego de eso, Ozzie no pudo acercarse de nuevo y estuvo envuelto en una que otra polémica, pero más allá de las diferentes formas de pensar y de su personalidad tan característica, nadie puede negar que es y será una auténtica figura de la pelota venezolana.

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Basket

Memorias del Preolímpico de Portland de 1992

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El preolímpico de Portland de 1992 fue probablemente el momento en el que el baloncesto venezolano ha alcanzado su punto más alto. Aquella competición que reunió por primera vez al Dream Team de Estados Unidos fue sencillamente inolvidable para los amantes de este deporte en nuestra tierra. Sin embargo, sobre ese hecho hablaremos a profundidad un poco más adelante. Hoy te contaremos una pequeña anécdota de los primeros días en los que se gestaba la hazaña.

Venezuela contaba entre sus filas con varios hombres de buena envergadura para pelear los rebotes y otras labores en la pintura, entre los que estaban César Portillo y Omar Walcott. No obstante, diversas circunstancias (lesiones) hicieron que su participación en el certamen quedara prácticamente descartada. Comenzaban entonces algunas dudas y mucha incertidumbre en torno al evento.

Por si fuera poco, los trámites para poder contar con Carl Herrera eran engorrosos. Los equipos norteamericanos no siempre han cedido a sus jugadores con facilidad y aún más si se trata de la misma NBA. Todo esto ocasionó un mar de preguntas sin respuesta, y los directivos de la federación tuvieron que lidiar con todo ese estrés.

Para aquel momento, el director de la Federación Venezolana de Baloncesto era Orlando Estrada. Él tuvo que viajar con Herrera y Nelcha un poco después de lo previsto, pues debido a los problemas del papeleo ambos jugadores se vieron obligados a llegar un poco tarde. A pesar de todo, estuvieron a tiempo para poder disputar los encuentros.

La ausencia de Portillo y Walcott fue suplida por las ganas y el corazón. “Ver a Alexander (Nelcha) batallando debajo del aro contra aquellas estrellas nos llenó de motivación”, recuerda Estrada, quien además de ser director, viajó como delegado.

Venezuela había ganado el primer juego a los uruguayos. Pero sucumbieron ante los brasileños y llegaba entonces un partido especial: Puerto Rico. En los vestidores había un gran deseo por superar a los boricuas y “dedicarle” esa victoria al entrenador del equipo, Julio Toro, quien era oriundo de aquella isla.

Minuto tras minuto las cosas no salieron de la manera esperada y flaquearon en una dolorosa derrota. En los camerinos había malestar, varios jugadores no estaban nada satisfechos. No obstante, esto en lugar de hundirlos, los hizo reaccionar de inmediato: había que levantar el ánimo ya mismo, pues se encontraban en una situación nada favorable, con dos caídas y tan solo un encuentro ganado.

Lo demás es historia (cosa que contaremos en otro texto). En los siguientes juegos se gestó una de las mayores hazañas del baloncesto venezolano, que los llevó a enfrentar en la final del preolímpico de Portland de 1992 al Dream Team de un Michael Jordan que ascendía meteóricamente a la gloria…

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